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domingo, 13 de mayo de 2018

LA NUEVA EXCLAVITUD DEL SIGLO XXI.

La nueva esclavitud del siglo XXI

Las condiciones laborales se han precarizado en sectores con sueldos ínfimos y jornadas sin fin. Otros, con salarios dignos, denuncian tener que estar conectados y disponibles a tiempo completo

En 2016 más de 40 millones de personas eran víctimas de la denominada «esclavitud moderna», según estimó la Organización Mundial de Trabajo. Esto significa que, de cada mil personas que habitan en la Tierra, 5,4 forman parte de esta categoría. Recientemente, el diario británico «The Guardian» advertía de que en la actualidad, en Reino Unido hay 17 sectores profesionales en grave riesgo de dejar atrás su categoría de «empleo» para pasar a considerarse, directamente, «esclavitud». Los trabajos domésticos, las labores en el sector agrícola, taxistas, trabajadores de grandes comercios y de la construcción son algunos de los sectores englobados en ese estado de opresión.
El panorama en España es, por sectores, no menos desolador. El yugo cotemporáneo de la precarización afecta a estratos bajos y medios de la sociedad. Jornadas de trabajo maratonianas, sueldos pírricos, por un lado; o la obligación de estar disponibles (o conectados a través de las tecnologías) 24 horas al día y «a tiempo completo», por otro, son denuncias que vociferan quienes padecen en carne propia estas situaciones.
Así, según los datos reflejados en un estudio de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), el 25% de las personas que se encuentran en paro han recibido una oferta salarial de una media de 650 euros y, en una de cada cinco entrevistas de trabajo, no se les ofreció un contrato laboral. El estudio afirma que «la precariedad se ha instalado con fuerza entre quienes han perdido su empleo o nunca lo han tenido». La temporalidad es otro drama.
La inestabilidad no solo afecta a los desempleados. El informe facilitado a ABC por la OCU señala que el 27% de los trabajadores españoles han visto, en los últimos cinco años, cómo decrecía su salario, al tiempo que sí subían los precios. Más de la mitad de los empleados trabaja más horas de las estipuladas en sus contratos y, de ellos, dos de cada tres no llegan a recibir una compensación por las horas extra. Según «The Guardian», el sector que se encuentra en un mayor peligro de caer en uno de estos empleos son las mujeres y las jóvenes y los grupos excluidos de la sociedad, sin visos de salir de su situación. En paralelo afloran cada vez más empleos que acaparan todas las horas del día. Por obligación, tienen que estar disponibles. Abogados, empresarios o médicos trabajan largas jornadas y siempre están disponibles en sus móviles sea la hora y el día que sea. Esclavitud en el siglo XXI.
1. Jordi Montejo, vigilante de seguridad: «Nuestro plus por peligrosidad es de 18 euros»
Jordi Montejo lleva más de 11 años trabajando como vigilante de seguridad en el aeropuerto de Adolfo Suarez Madrid-Barajas, y al mes, después de todas las reducciones pertinentes, su sueldo no llega a los mil euros.
Comienza su turno de trabajo a las cinco de la mañana y, cada día, pasa nueve horas en los arcos de seguridad del aeródromo. Aunque el tiene una «jornada reducida», algunos de sus compañeros llegan a trabajar hasta 12 horas seguidas. Por comenzar su día laboral a las cinco en vez de a las siete, hora en la que su turno de mañana debería iniciarse oficialmente, recibe en la nómina 2,02 euros más cada día.
Por la naturaleza de su trabajo, Jordi cobra un plus de peligrosidad que alcanza la cantidad de 18,80 euros. «Es un incentivo ridículo» comenta el trabajador y añade: «Trabajamos en el aeropuerto de una ciudad que, actualmente, tiene nivel de seguridad cuatro y nosotros no tenemos ni un chaleco antibalas para protegernos».
El cambio de empresa de seguridad, que no afecta a los empleados de vigilancia de forma directa, supone una bajada, según Jordi, no del nivel económico pero sí del nivel social de su trabajo. Aunque durante todos estos años ha sido testigo de como su sueldo iba en decrimento de manera continuada, lo más dañino ha sido la imposibilidad de ampliar la plantilla de trabajo.
«Antes había un retén de personas como apoyo pero ahora la plantilla está muy ajustada», dice. La situación es más visible en casos en los que, por ejemplo, se necesita una sustitución inmediata. «Como no podemos abandonar nuestro puesto de trabajo, si queremos ir al servicio debemos ser relevados por un compañero», explica Jordi. Es tan grave la situación que describe el vigilante que llega a afirma que «compañeros se han orinado encima porque nadie ha ido a sustituirles». «A veces sentimos que estamos en un entorno de semi-esclavitud», concluye.

2. Elsa, cajera de supermercado: «Hay cargas que no se ven, como los festivos sin cobrar»

Elsa Blas (no es su nombre real, teme represalias en el trabajo) aguarda un domingo sin otro tras la caja de un Supercor de la calle Alcalá, en Madrid. Se solidariza con otros trabajadores cuyo sueldo no distingue un lunes o un festivo, es siempre el mismo por jornada. No se queja, pero reconoce que cuando llegó de su Ecuador natal creía que en España las cosas estaban mejor. «Al menos, en estas cosillas, como que se valore que hoy es domingo y estamos aquí al pie del cañón y hasta la una de la madrugada», en su caso, por ser uno de esos establecimientos abiertos «casi» 24 horas, los 7 días de la semana, 365 días al año.
Consultadas las organizaciones de consumidores, las cuentas y las condiciones laborales varían mucho entre cadenas y establecimientos. Por lo general, dependientes, reponedores y cajeros cobran entre 6 y 8,5 euros a la hora. La temporalidad es santo y seña del gremio.
Elsa no sabe qué es el «síndrome del trabajador quemado», pero lo sufre a tenor de sus manifestaciones. «Llego a casa reventada; lo peor son las horas de pie, las cargas, los carros y no duermo bien...». Además, cuenta, están sometidos a una «esclavitud» que no se ve: el baile de llamadas de sus encargados, porque «tenemos que estar disponibles» más de la mitad de los festivos de apertura, y «no tienes un centro fijo, te van cambiando en función de las necesidades».
3. Myriam Barros: «Me sale a 3 euros por habitación. Soy una privilegiada»
Myriam con Mariano Rajoy, en La Moncloa para reivindicar las penosas condiciones laborales del sector
Myriam con Mariano Rajoy, en La Moncloa para reivindicar las penosas condiciones laborales del sector -
«El nombre de "kelly" me encanta porque ha empoderado a la camarera de piso».Myriam Barros, uruguaya de 39 años, es la presidenta de la Asociación Nacional de Kellys, que representa a entre 2.500 y 3.000 personas, por lo general mujeres, en nuestro país. Se siente una «privilegiada» por ser de las pocas a las que su hotel de Lanzarote ha expedido un contrato fijo discontinuo y llega a 1.200 euros al mes. Lo normal es cobrar entre 600 y 800 euros, lamenta Barros. «Con una media de 16 apartamentos al día, dedicando entre 20 minutos y una hora a cada una, me salen a unos 3 euros por habitación», comenta a este periódico. Veinte minutos en días habituales; una hora el día del «check out» de cada cuarto.
«En mi hotel, los clientes suelen ser parejas de ancianos, que no dejan mal la habitación, pero claro, te encuentras de todo». Lo peor de su trabajo, no obstante, nunca está en la clientela, opina, porque ella solo «viene a divertirse» y «que sigan viniendo» (desea), así que «no se les puede reprochar nada». Para ella, el lastre que arrastra cada día más su sector es el de la sobreexplotación. De hecho, es conocedora de hoteles en grandes ciudades que las usan «como chica para todo». «Creo que la situación es peor en la Península que aquí en las Canarias», reconoce.
Una kelly soporta grandes cargas y pesos en su trabajo, comenta Myriam Barros, presidenta de la Asociación Nacional de Kellys
Una kelly soporta grandes cargas y pesos en su trabajo, comenta Myriam Barros, presidenta de la Asociación Nacional de Kellys
Muchas relatan cómo el trago más indigesto es «encontrarse a un cadáver cuanto entras a hacer una habitación. Y esto ocurre a diario», dice para sorpresa de quien escucha. Al margen de las imágenes dantescas con que pueda toparse una camarera de piso, señala la desprotección absoluta en la que se hallan la mayoría de los trabajadores del gremio: «Si libro, no cobro; si me voy de vacaciones o me pongo enferma, no cobro» y los contratos son por obra, de semana en semana, de mes a mes. En Lanzarote, según cuenta esta trabajadora en Playa Blanca, los hoteles están llenos de empleados «sudamericanos con carreras universitarias» que no encuentran hueco en el mercado laboral de otro modo.
La situación de desamparo es total y así se la trasladaron recientemente a Mariano Rajoy en La Moncloa, un encuentro en el que pusieron sobre la mesa la retahíla de lesiones que sufren a diario por cargar tanto peso (colchones a la espalda, incluidos)y trabajar a un ritmo demoledor. «Nuestro trabajo es duro, lo comparo con el de la mina o el mar. Es estresante y contrarreloj. Hay una ansiedad muy grande; y sobre todo, abusos continuos», censura Barros, portavoz de las «kellys» en la isla de Lanzarote.

4. Mercedes, limpiadora: «Cuando empecé a trabajar tenía la mano llena de ampollas»

Mercedes lleva un año trabajando en el sector de la limpieza. Aunque durante toda su vida ha trabajado en tiendas de ropa como dependienta, la búsqueda de un «perfil joven» por parte de las empresas ha hecho que tenga que buscar trabajo en otro ámbito.
La trabajadora tiene dos trabajos, uno por la mañana, de tan solo una hora y media, y uno por la tarde, cuya jornada se amplía a cuatro horas. Sus dos puestos se deben a la imposibilidad de realizar jornadas más largas dentro del sector. «Es lo que te dan, no hay turnos de más horas», explica y añade: «Tengo que ir a dos sitios diferentes porque necesito el dinero para poder sacar a mi familia adelante, lo necesito para vivir».
«Cuando empecé a trabajar hace un año tenía la mano derecha llena de ampollas», explica. Y es que, el trabajo de limpieza requiere un gran esfuerzo físico por parte de sus empleados. «Es un trabajo en el que hay que cargar peso y estar mucho tiempo agachado», dice Mercedes y explica que en la primera tienda en la que estuvo trabajando como limpiadora, de sus seis compañeras, cuatro estaban operadas. «La encargada estaba operada de las dos rodillas y una de ellas se había sometido dos veces a una intervención de columna», explica. Mercedes no es la excepción. Tiene dos hernias discales y asegura que, desde que empezó a trabajar, su salud se ha resentido mucho. Ahora lleva un mes de baja debido al dolor, que le impide acudir a sus puestos de trabajo. «Normalmente me tengo que tomar una pastilla para ir a trabajar, pero ahora ni con ésas», se duele.
5. María Moya, abogada: «Ganaba dinero pero no tenía tiempo para disfrutarlo»
«Vivía para trabajar en vez de al revés». Con estas palabras resume su experiencia la abogada María Moya, nombre ficticio para preservar su identidad, en el departamento jurídico de una consultora multinacional. Después de varios años trabajando en ella, donde cobraba un buen sueldo, decidió marcharse a un despacho de abogados donde trabajan menos de diez personas, a pesar de que el cambio conllevara una bajada considerable de sus ingresos laborales. «Me fui porque en este tipo de empresas no te sientes valorado. El trabajo que sacas no se corresponde a los ingresos que recibes», explica.
Ella es consciente de que su profesión lleva de por sí mucha carga de trabajo, pero en su puesto en la multinacional esta se excedía: «Tiran de las personas hasta que exploten». Además, admite que era un tipo de trabajo que admites según tus circunstancias personales. «Cuando dependía de mis padres, lo podía soportar, pero cuando me independicé empecé a valorar mucho más el tiempo».
Su día a día se simplificaba en trabajar y dormir. «En un día normal sabes la hora que entras pero no la que sales. Yo jamás podía hacer planes con antelación». Esa rutina llegaba a afectarle a sus seres más queridos: «Trabajaba tantas horas que me olvidaba de cuidar mis relaciones personales. Aunque vas ganando en condiciones debes sacrificar el 90% de tu vida para ello. Ganaba dinero pero no tenía tiempo para disfrutarlo. Eso es algo que no tiene sentido. Para mí es mejor disfrutar de las cosas sencillas de la vida».
Ahora, en su nueva empresa, todo ha cambiado y, aunque de vez en cuando debe hacer horas extras para acabar un proyecto, su vida ha mejorado mucho más. «Antes me obligaban a trabajar a marchas forzadas hasta lograr «x» facturación porque si no estabas fuera. Ahora no tengo esa presión», sentencia.

6. L. García, becaria: La «angustia» de no tener un trabajo que dé estabilidad

Un buen currículum y un nivel de inglés prácticamente excelente no son suficientes para que L. García, una joven valenciana de 25 años, encuentre un empleo que le dé algo de estabilidad. Con 19 años, se fue nueve meses a Reino Unido para aprender el idioma, tiempo que después amplió en el mismo país para estudiar el grado en Comunicación Audiovisual. Una vez finalizado, decidió especializarse en marketing cursando un máster, para más adelante poder regresar a España y ponerse a trabajar.
Pero pese a que su currículum cuenta con varias etapas de prácticas en diferentes empresas, las ofertas que recibe continúan siendo precarias. La última, hace una semana, cuando una compañía le propuso pasar a formar parte de su equipo para encargarse del departamento de marketing, pero sin un buen contrato de por medio, es decir, con una beca de prácticas. «Iba a trabajar yo sola, no había nadie más de marketing en la empresa, por lo que, pese a ser un trabajo de becaria, no tendría a nadie para poder preguntar las cosas y que me pudiera enseñar. El departamento lo iba a componer solo yo. Y además, sin cobrar. Solo me pagaban el transporte», relata.
Las dificultades que encuentra para poder trabajar le han llevado a plantearse regresar a Reino Unido, aunque considera que las condiciones para personas con poca experiencia como ella son parecidas a las de España. «Hace un mes estuve dos semanas de prácticas en una empresa de Londres. Buscaban a gente para un proyecto concreto de esa duración, aunque se podía alargar. Estuve bien, el ambiente era muy bueno, pero tampoco me pagaron nada y vivir ahí es bastante más caro que aquí», cuenta esta joven. Su situación, asegura, «es angustiosa», puesto que, pese a tener la suerte de contar con el apoyo económico de su familia, quiere dejar de depender de ellos y poder dedicarse por fin a lo que le gusta en un empleo en el que le paguen la cantidad suficiente para poder vivir.
7. Pablo Ramos, repartidor: «Se aprovechan de la necesidad de las personas»
Maya Balanya
En las calles de las principales ciudades de España es habitual encontrarse a jóvenes montados en bicicleta o moto con una mochila a su espalda de una empresa de reparto de comida. Uno de ellos es Pablo Ramos (nombre ficticio), que lleva trabajando como «rider» desde el año pasado. Trabaja todos los días y cobra según los pedidos que realiza, una cantidad que puede ascender a unos 800 euros al mes. Estos trabajadores llevan meses luchando por abandonar su condición de autónomos, cuya cuota deben abonar, ya que entienden que su relación con estas empresas es estrechamente laboral. Así lo creen porque, entre otras razones, las mismas compañías sancionan a los repartidores si se ausentan, hasta el punto de poder ser despedido. «Aunque haya una urgencia, te penalizan. Tienes que avisar 48 horas antes», explica.
Además, deben costear también los gastos del vehículo, del seguro laboral e incluso por usar el sistema informático. «Pones todo y no te dan nada. Se aprovechan de la necesidad de las personas, ya que la mayoría somos estudiantes o padres y madres en paro».
EN EL MUNDO TIENE QUE HABER UN REVOLUCIÓN DE IDEAS PARA QUE LA HUMANIDAD PUEDA CONVIVIR CON LA ROBÓTICA Y VER CÓMO LAS PERSONAS PUEDAN TENER MEDIOS  PARA CONSUMIR Y TENER MEDIOS PARA VIVIR DIGNAMENTE.

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